Contada en primera persona por muchos de los protagonistas que la vivieron en aquellos días de reventón de creatividad y, por qué no decirlo, de conflictos raciales, Muscle Shoals habla también del destino, de la determinación, del talento, del orgullo (étnico y emocional) y de las raíces de unos individuos y una tierra que desde la distancia geográfica y temporal se nos pueden antojar lejanos, pero también cercanos, y que con su trabajo y capacidad nos ofrecieron algunos de los mejores momentos que nos ha dado la música popular.
Un ítem sonoro que es historia de la cultura americana (y mundial) y unos sonidos que, estamos seguros, jamás se volverán a registrar.
Una factoría de sueños en la que se fraguaron canciones bellísimas, que siempre permanecerán en nuestro consciente colectivo y fermentadas al calor y la pericia de unos compositores e intérpretes inigualables. De hecho, sería casi incontable la cantidad de artesanos de la melodía que se dieron cita, principalmente durante la segunda mitad de los sesenta y la primera de los setenta, para grabar parte de su material en esos dos emplazamientos. Mención aparte merecen aquellos músicos de sesión (curiosamente todos blancos) que arroparon las composiciones de estos con una humildad —en algunos casos incluso rayando la ingenuidad— y un saber hacer enternecedor y que convirtieron a Muscle Shoals en el centro neurálgico del soul, el funk, el rhythm and blues, el pop y el rock and roll.
Como dice Jimmy Cliff en el mismo: «En diferentes espacios temporales y en este planeta, hay ciertos lugares donde fluye un determinante campo de energía. En ese punto exacto durante todos aquellos años esa electricidad se ubicó en Muscle Shoals».
!!Alabado sea Rick Hall y los Swampers!!
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