Los primeros discos de The Lemonheads los publica el sello de Boston Taang! Records, vienen marcados por la opresión de los sonidos más cáusticos del hardcore y obtienen una buena cuota de reproducción en las radios universitarias de la costa este. La cosa comienza a cambiar (levemente, eso sí) en 1990 cuando firman por Atlantic y la legendaria disquera neoyorquina les publica Lovey, un disco en el que dejan entrever un tímido acercamiento hacia sonoridades más pop. Para ese disco el roster del grupo ha cambiado, solo quedan Dando y Peretz de la formación original y lo completan David Ryan a la batería y Corey Loog Brennan como segundo guitarrista. También es el primer álbum en el que colabora Juliana Hatfield (voces en un corte). Una Hatfield que ya tiene un papel protagonista —al bajo y a los coros— en el mastodóntico It's A Shame About Ray, el decidido cambio de registro hacia el (indie)pop que experimentan The Lemonheads. Un repertorio que se gestó tras un viaje que Dando realizó a Australia poco antes de su grabación y ayudado, puntualmente, por sus amigos Tom Morgan (Smudge, Sneeze) y Nic Dalton (Chewee, Godstar, Sneeze), ambos sendas instituciones dentro del pop underground de ese país. Estamos ante su mejor disco y uno de los trabajos más inspirados de la década de los noventa. Doce canciones que ya descorchan definitivamente la botella de la luminosidad (que solo se insinuaba en Lovey) y que abrió —ayudados por el fenómeno Nirvana— muchas más puertas a los bostonianos.
En poco menos de media hora se despachan doce canciones en las que los riffs de guitarra son puntiagudos, pero amables, los estribillos son gloriosos y adherentes y sus casi siempre soleadas melodías son para enmarcar. Todo ello regado con la particular indolencia que Dando suele imprimir a su cancionero, sonando lacónico, pero también cálido y amistoso. Hasta ya se sugiere un leve acercamiento a las praderas en canciones como «My Drug Buddy», «Hannah & Gabi» o «Frank Mills». Lo curioso es que It's a Shame About Ray en un principio no funcionó del todo bien, eso cambió cuando se le agregó —varios meses después de su lanzamiento— la versión de «Mrs. Robinson» (Simon & Garfunkel) y que propició la reedición de un disco que a finales de 1992 ya estaba en boca de casi todos los chavales cool que habitaban los campus universitarios de medio mundo.
Un repertorio que captura perfectamente —en fragmentos de dos minutos— la capacidad de Dando para encapsular, sin aparente esfuerzo, el anhelo y la lujuria postadolescente.
No se trata de un disco especialmente sesudo, ni lírica ni sónicamente, y ese puede que sea su aval más sólido, su mayor encanto y sus cincuenta años de garantía del fabricante.
Se grabó en los Cherokee Recording Studios de Hollywood y de la producción se hicieron cargo Bruce, Dee y Joe Robb (The Robbs), grandes ya como músicos y que saben captar la esencia de un grupo que acertó al girar el volante en la dirección correcta y en el momento adecuado.
El famoso periodista musical británico Everett True lo definió como «Una visión de treinta minutos de lo duro, rápido, amistoso y desenvuelto que es vivir con amigos de ideas afines, tener un amor compartido por bandas similares, por las drogas, el alcohol y la libertad”.
Vamos, un soberano discarrazal.
Banda sonora de juventud.
ResponderEliminarY el próximo año, el Come On Feel... Otra maravilla.
"Excelente y cultivado gusto" tenemos :-)
Saludos
Torre