
Como si de un club de Nueva Orleans circa 1930 se tratara (bueno no, el humo de los cigarrillos brillaba por su ausencia), todos los que agotamos el papel para ver a Stoneking quedamos hipnotizados por la maestría y el gran gusto que el australiano y la magnífica banda que le acompañó desplegaron en la hora y media que duró la actuación. El respeto reverencial que la platea le tributó a este neocrooner fue de todo punto sintomático, creando un vínculo mucho más que especial entre trovador y público que se vio recompensado por un generoso derroche de aptitud y sensibilidad.
Los que echen pestes del histrionismo y pose afectada de Tom Waits, tienen en la figura de C.W. Stoneking el antídoto clásico, genuino y auténtico para inocular el virus de la mediocridad y la falta de talento.
Anoche, noventa minutos bastaron para que las poco más de cien personas que nos citamos en una pequeña sala del centro de Madrid, pudiéramos paladear un plato cocinado con exquisito mimo y degustáramos un manjar que pocas (muy pocas) veces se tiene la posibilidad de disfrutar.
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