Recuerdo vívidamente el momento en el que Jesús Álvarez me lo dijo, era el invierno de 2005: «Josete, voy a abrir una tienda de discos». Una sensación de alegría recorrió todo mi cuerpo, no exenta de cierta
preocupación/excitación, claro. Sabiendo como era él, ya intuía que la cosa funcionaría e iba a marcar un antes y un después en mi relación con la manera que tenía, hasta entonces, de comprar música. Pero fue mucho más allá, cambió radicalmente la percepción de lo que era un negocio de esas características. Cuando abrió el abanico y lo verbalizó a un foro más amplio, algunos lo tildaron eufemísticamente de osado, cuando no de temerario. «Vas a abrir una tienda de discos con la que está cayendo» fue un comentario bastante recurrente. La industria fonográfica daba síntomas de clara desaceleración y un negocio de esas características, decían, gozaría de un futuro, cuanto menos, incierto. Pero él lo tenía meridianamente claro y yo he de decir que, en parte, también. Jesús y yo éramos grandes amigos de desde algunos años atrás (incluso compartimos durante varios meses nuestro amor por la radio musical realizando, junto con otro compañero, un efímero espacio llamado
Grand Prix) y para mí era un ejemplo de buen gusto y de una forma de amar la música sincera, elevada, ecléctica, desprovista de prejuicios y en la que lo bueno siempre era bienvenido. Así en mayo del mentado 2005 Radio City discos abrió sus puertas, pese a la reticencia de algún agorero al que me gustaría recordar sus imprecisos vaticinios a día de hoy.
Se trataba de un recoleto y diminuto espacio en la Plaza Guardias de Corps (Madrid), de no más de diez metros cuadrados, “El cubo cósmico” como lo apodó en su día el gran Luis de Benito, personaje al que conocí
in situ en esas mismas cuatro paredes forradas, literalmente, de grandes discos de ayer y hoy. Ya desde los primeros días, al entrar a RC, te dabas cuenta de que no era la típica tienda de discos de Madrid. El logotipo, el diseño del interior, la decoración y toda la imagen de la marca tenían un palpable sello personal, el de la pareja de Jesus, Sonia M. Paredero (que incluso llegó a instalar su estudio de trabajo allí mismo, cuando se mudaron a Conde Duque, 14), la Kelley Stoltz del diseño, como su propio
partenaire la ha denominado en alguna ocasión. Eso en el apartado visual, luego estaba todo el material que poblaba las baldas y estanterías de tan acogedor recinto. En un somero vistazo, se apreciaba la mano del propietario, su saber hacer, su implicación, sus ganas de aportar savia nueva y de enseñar y compartir su amor por la buena música a todo el que traspasara el dintel de la puerta. Y es que ese es otro aspecto capital de la tienda, su dueño. Él desde el día que abrió, y hasta el momento de cerrar la puerta por última vez, siempre ha estado ”por la labor”, con una sonrisa en la cara y con ganas de echar un cable al que se pasara por allí. Puede sonar raro, se supone que si abres un negocio de ese tipo, debes comprometerte con tu propia causa. Pero muchos sabréis que no siempre es así, que en más ocasiones de las deseadas parece que cuando entras a una tienda de discos, tú eres el que le hace un favor a ella y no al contrario. Con Jesús funcionaba el
quid pro quo de manera unilateral, él se encargaba de todo: de asesorar, de proponer, de aconsejar, de solventar dudas, de charlar, incluso de aguantar cosas que no tenía por qué soportar. Siempre solícito, impecable en las formar y certero, sí certero, porque conocía perfectamente a su clientela y sabía exactamente qué recomendar a cada uno. Mención aparte para todos los tesoros en forma de discos que nos ha ido descubriendo a todos y que solo él sabia donde buscar y a quién iban dirigidos. Su trabajo de criba, me consta, que lo van a echar de manos unas cuantas decenas de feligreses.
Curioso que cuando muchos establecimientos del ramo estaban echando el cierre por falta de clientela —en 2012—, Radio City se había quedado pequeña y se trasladó “a la vuelta de la esquina”, nunca mejor dicho. El salto cuantitativo fue importante (el tamaño se había triplicado), y cualitativamente hablando la cosa pego un empujón de los que daría un
harrijasotzaile. Sonia lució todo su talento —que es desmedido— desde el apartado de diseño y Jesús tuvo bastante más sitio para apilar los tesoros que él se encargaba minuciosamente de seleccionar. El cambio de ubicación posibilitó también que se pudieran ver pequeños conciertos acústicos en su interior, por allí han pasado nombres ilustres —y favoritos personales de su mandamás, y míos propios— como Edwyn Collins, Neil Halstead, Carwyn Ellis, Zebra Hunt, Josh Rouse, Nev Cottee, Ryley Walker, Daniel Romano, Those Pretty Wrongs (Jody Stephens y Luther Russell), Salto, Wild Honey, etc. También las fiestas del RSD tenían un espacio mejor rematado para sesiones de pinchadiscos y demás parafernalia propia de ese día. Pero el buen talante y la bonhomía de Radio City no acababa en la tienda física, en las RR.SS. siempre ha puesto de manifiesto un talante educativo, alejado de polémicas, conciliador y con un sentido del humor de lo más delicioso.
También hay que hacer mención a las fiestas de aniversario que montaba y que cada año nos regalaban conciertos de grupos o solistas claramente identificables con la filosofía Radio City. Así pudimos ver por aquí, en sus diferentes cumpleaños, a Holy Golightly, John Paul Keith, Colorama, The Dutchess & The Duke, Eilen Jewell, Geraint Watkins, John Stammers o Daniel Romano, amén de organizar actuaciones o mini giras fuera del ámbito de sus efemérides. Lo último en lo que se ha metido el bueno de Jesús, ha sido su perdurable aportación a la industria montando su propio sello discográfico, vinculado a la tienda y que —según él me ha asegurado— va a continuar tras el cierre de la misma. Banana & Louie se llama y persigue el mismo objetivo que el extinto comercio, publicar discos especiales y, añado yo, de gente que casa perfectamente con la ética Radio City. De momento nos ha dado dos álbumes de Kelley Stoltz y dos de Colorama (uno acreditado a Carwyn Ellis & Rio 18).
Bueno, hasta aquí los hechos objetivos, o subjetivamente imparciales, ahora viene lo sentimental, lo que ha supuesto para mí tan emblemático espacio. Yo, en realidad, nunca lo he visto como un negocio, sino más bien como un lugar de reunión, de charla, de debate y de diversión. Allí he pasado momentos gloriosos (y no solo viendo a algunos de mis más admirados artistas y charlando posteriormente con ellos), en su interior he tenido la suerte de presentar mi único libro hasta la fecha —que se gestó a medias entre Jesús y un servidor y se inspiró en muchos de los discos que allí se acumulan—, he pinchado canciones en multitud de eventos y ocasiones, he conocido a gente maravillosa, he vivido anécdotas de lo más divertido y lo que muchos no saben es que, una o dos veces al año, la tienda se convertía (para disfrute de unos pocos privilegiados) en un
txoko gastronómico por el que pasaban manjares dignos del restaurante de Juan Mari Arzak. Hasta llegamos a hacer gambas a la plancha en su diminuto cuarto de baño.
Por mi parte siempre he estado “a disposición”. He intentado ayudar en todo lo que Jesús me pedía porque, aparte del amor que le profeso a él como amigo y a toda su familia, siempre he sentido Radio City discos como algo también un poco mío. De hecho, creo que eso es algo que siempre ha pretendido su propietario, hacer que la tienda nos perteneciera un poquito a cada uno, y lo ha conseguido, vaya si lo ha conseguido. ¡Así se hace!
Radio City discos echa el cerrojo tras más de catorce años, sin dramatismos, brillando hasta el último día y dejando un reguero de cariño y deliciosos momentos en el camino. Jesús tiene sus motivos—que dicho sea de paso, me parecen de lo más razonables— y nos quedamos huérfanos de su humildad, de su sabiduría, de su creativo sentido el humor detrás del mostrador, de su afabilidad y de una manera de ver el negocio diferente, amable, comprometida, instructiva, elegante y visionaria. Incontables son los álbumes que se almacenaban en sus estanterías y que, gracias a la recomendación de Jesús, han formado parte del repertorio de Hotel Arizona y, como decía antes, del libro
SONIDOS CIRCULARES. Yo echaré muchísimo de menos no poder aparecer por allí de vez en cuando (sin avisar y al grito de «¡Pooooopy!»), portando un par de latas de cerveza y una bolsa de patatas fritas, para pasar la mañana o la tarde y disfrutar de la música que ambos proponíamos, de su conversación y de la plática con numerosos clientes, muchos de ellos ya se han convertido en grandes amigos de manera perpetua. Sí, eso lo extrañaré, pero siempre tendrán más peso todos los recuerdos que sus visitas me han reportado —muchísimos de ellos pueblan mis muebles en forma de LP, singles, EPs y CDs— y el privilegio de haber vivido allí momentos únicos. Eso no lo va a borrar un cartel de SE TRASPASA en la puerta. Para mí, en realidad, Radio City siempre estará abierta.
Pd. Ilusión especial me ha hecho que el nombre que ha lucido el neón de la tienda todos estos años fuera una propuesta mía. Eso es algo que me vinculará a perpetuidad y de una manera especial con “El cubo cósmico”.