"........Me quedé con el disco en la mano y pensé que los vinilos eran como los cuadernos, se acaban. Eso está bién. Me refiero a que las cosas se acaben. Porque las cosas terminan, un disco es un disco, cuando yo acabe este cuaderno dejaré de hablar contigo y si no he conseguido hacerte pasar aquí dentro, que escuches lo que yo escuche, que cruces la puerta conmigo, habré perdido mi oportunidad. Porque en la vida también se pierden oportunidades. En el insti hay gente que tiene cinco mil canciones almacenadas. Con dieciséis años, cinco mil canciones. Una música que no se acaba no sé para que sirve. Creo que a los cedés les pasa lo mismo. Los pierdes, sacas otra copia, los estropeas y no te importa porque te descargarás la canción otra vez. Bueno, por un lado está bién que podamos descargar la música, copiarla y regalarla sin gastarnos muchísimo dinero. Los cedés de las tiendas con sus cajas de plástico me parecen muy caros y absurdos, para nada valen tantos euros como te cobran. Creo que los vinilos son diferentes. Porque son analógicos y la vida es analógica.
Lo digital es intercambiable: cualquier cosa la conviertes en ceros y en unos, y la puedes copiar y reproducir hasta el infinito. Pero la vida no la puedes convertir en ceros y en unos. Los ceros y los unos no se mueren, ni siquiera se cansan. Lo analógico se cansa, se gasta, es como si dibujas una raya que se va torciendo con subidas y bajadas y picos y trozos donde te tiembla el pulso. Si la música es esa cosa infinita que flota por todas partes, resulta difícil saber cuál es tu música. Y es difícil que te guste un grupo cada semana. Bueno, a mí me resulta difícil, porque en mi código la lealtad es importante. Yo no voy a fallarle a Vera nunca. A lo mejor un día la dejo plantada y otro día la mando a la mierda, pero ella seguirá sabiendo que la he elegido. Que si le fallo, es porque me estoy fallando a mi, o porque nos hemos enfadado. Pero nunca la traicionaría, ni iría cambiando de amiga cada semana..............."
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