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lunes, 18 de noviembre de 2019

Recuerdos de juventud: 20 años del no disco de Ritual de lo Habitual (el grupo)


Sería el año 1996 —más o menos—, mi gran amigo Borja Torres (Señor Lobo, ahora capo de Lovemonk Records) me invitaba asiduamente a su casa para compartir música y volcarla posteriormente en CDRs, que luego reproducíamos en los garitos donde oficiábamos de pinchadiscos. Uno de los grupos que me grabó en su día fueron los navarros—ya extintos como banda— Ritual de lo habitual. Lo primero que me vino a la cabeza fue el título del disco que seis años antes habían publicado los californianos Jane’s Addiction y a los que homenajean, aunque solo en su nombre. Pero no era lo mismo: no hacían la misma música, no eran, obviamente, estadounidenses, no los conocía casi nadie y ni siquiera utilizaban el mismo lenguaje sonoro. RDLH se formaron en Pamplona a principios de los noventa y grabaron un total de tres discos grandes. En ellos las melodías herederas de los Lemonheads del It's A Shame About Ray o Come On Feel The Lemonheads, de los remedos astures de estos, Australian Blonde, de Teenage Fanclub, de Sammy, de los Sebadoh más pop o incluso los Posies menos rugosos eran las que mandaban. De hecho uno de sus miembros, Pablo Errea, ha sido bajista de “la rubia australiana, y otro,  Josetxo Errea, fundó —junto con el primer bajista de la banda, Oscar Matellanes— un combo llamado Sparky's Dream, en clara alusión a los genios de Glasgow.

Sus inicios se centraron en recrear, a modo de versiones, canciones de clásicos del pop anglosajón como Cream, Eric Clapton, Lou Reed o Mink DeVille. Tras un concierto en el bar Subsuelo de su ciudad, ese mismo año fueron preseleccionados para un Concurso de bandas emergentes organizado por el Gobierno de Navarra. Este hecho espoleó al grupo y grabaron su primera maqueta (con tan solo dos canciones) sin haber elegido todavía nombre para la banda. El caso es que poco después —y con el rodaje que aportaban los diversos conciertos que iban ofreciendo— vuelven a ser invitados al mismo certamen, del que se proclaman vencedores. El premio era grabar un disco, que se registró en el verano de 1995 en Gijón y en los estudios ODDS, propiedad de Paco Loco. Eran los días de esplendor del  Xixón Sound y dos años después del gran éxito cosechado por los mentados Australian Blonde —a los que llegaron a telonear — con su celebérrima «Chup Chup». Shy fue el referido álbum con el que los conocí y me pareció un acertadísimo ejercicio de pop de guitarras (más o menos indies), más allá del parecido con otras formaciones contemporáneas. 

Tras la grabación de su segundo disco, The Same One (Uff!!- 1997), en el invierno de 1999 se volvieron a encerrar en el estudio de Paco Loco para dar forma a su tercer esfuerzo discográfico. Este no llegó a ver la luz —ni siquiera tiene título— debido, entre otras cosas, a que el master del mismo despareció,  quedando tan solo disponible una copia en formato CD de la premezcla. Y aquí viene lo bueno, resulta que hace algunos años, ya en esta misma década, coincidí eventualmente con Javier Moya, su baterista, y hablando de música llegamos casualmente hasta los días en los que él se sentaba detrás de Jorge Esteban, Jaime Cristóbal, Pablo Errea, Josetxo Errea, Iñaki Martínez, Iosu Juanmartiñena y Andrés Mendiri. Tiene que admitir, el bueno de Javi, que se quedó ojiplático cuando le dije que conocía al grupo y que, además, me gustaba mucho. Finalmente quedamos en que me haría llegar una copia de la susodicha premezcla. Evidentemente ese hecho se fue dilatando en el tiempo (como es lógico, por otra parte) y hace un par de semanas me la dio en mano otro de los miembros originales de la banda, el mismísimo Jorge Esteban Urabayen, al que conocí gracias a Javier. Lo más sorprendente es que Jorge me dijo que esa es la única copia que queda, que no la hay ni siquiera en formato mp3.Yo le dije que no, que de ninguna manera me iba a ser el portador universal del único testimonio que quedaba de aquellos tiempos en el estudio, pero ambos (Javi y Jorge) insistieron en que me quedara con ella. Una vez solucionado el tema de la exclusividad, ya tengo en mi poder  la evidencia sonora de aquellos días en Gijón. Lo cierto es que esas pistas sin mezclar suenan de miedo, muy atornilladas a la corriente  de la época, sí, pero con un una dicción en inglés muy por encima de la media y unas MELODÍAS (sí, melodías bonitas con mayúsculas) extraordinarias. Solo me queda saber cómo hubiera aguantado el paso del tiempo la edición masterizada que, a tenor de como lo ha hecho la versión sin pasar por la abrillanatadora, seguro que rozaba el sobresaliente. Porque su propuesta, aunque estuviera supeditada a la filia natural de unos jóvenes hacia unos sonidos de todo punto cuyunturales spacio-temporalmente, es de lo más respetuosa con el modelo a seguir; añadiendo su particular puesta en escena con la adición de guitarras de doce cuerdas y unos juegos de voces extraordinarios.

Sirva este texto —ahora que se cumplen veinte años de la grabación de su inédito tercer álbum— como homenaje a una banda que mereció más repercusión extramuros de su Navarra natal y que cardó más lana de la merecida.
Yo creo que en realidad danzaban al son de un ritual que, por su calidad, no era para nada habitual en aquellos días por estos pagos.



Nota: si alguno de los miembros de la banda lee esto y comprueba que algún dato objetivo es erróneo, que no tenga dudas en comunicarlo para su subsanación.

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