Serían más o menos las once de la mañana del jueves 11 de marzo
de 2004 y mi madre me despertó (sí todavía vivía con mis padres, y por aquellas
creo que solo trabaja de pinchadiscos ocasional en algún tugurio, que diría mi
padre, de la capital) con bastante sobresalto indicándome que había enfrente de
casa, aparcada, una furgoneta sospechosa. Yo, la verdad, no entendía nada, pero
la maravillosa señora Amalia me fue dando datos de lo ocurrido pocas horas
antes en cuatro trenes de la red de cercanías de mi ciudad, Madrid. ¡Otro atentado!
decía con la voz entrecortada. Yo todavía algo somnoliento no terminaba de
asimilar toda la información, así que decidí encender la televisión e
informarme con más “precisión” de lo sucedido. El resto es de sobra conocido,
por lo que no voy a dar más detalles.
La cosa es que esa misma noche yo tenía entradas para el
concierto que una de mis bandas favoritas por aquel entonces iba a dar en
Madrid. Sería en la ya extinta Sala Aqualung y “ellos” eran Belle &
Sebastian. Yo, consternado por toda la información y los hechos que se nos iban
relatando los diferentes especiales informativos que se iban sucediendo en
radio y TV, no daba crédito. La información era confusa, tanto en la autoría de
los hechos, como en los motivos y el número de víctimas.
Ya por la tarde, con más datos en mi haber, pero el similar
nivel de desconcierto se confirma que Belle & Sebastian no cancela su
concierto de pocas horas después, aunque anunciaron que reembolsarÍan el dinero
de la entrada a todo aquel que no quisiera ir. Uno en un principio se alegra enormemente
(finalmente podrá ver a una de sus bandas emblema por aquellas) y luego piensa
que igual lo mejor hubiera sido suspender el bolo (en realidad nunca he sabido
valorar muy bien cuando empieza el respeto a las víctimas y cuando comienza la
dignidad de sentirse intolerante y libre frente a la sinrazón de la violencia).
El caso es que decidí ir y llegadas las nueve de la tarde -más o menos- allí
nos encontramos centenares de personas esperando que los escoceses aparecieran
sobre la tarima. En la sala, los corrillos previos al concierto se contaban por
docenas y en ellos la confusión (en muchos sentidos) era palpable.
Poco después la banda salió a escena con un aplauso
tembloroso de los allí asistentes. Una vez situados todos los músicos en los
lugares establecidos sobre el escenario, Stuart Murdoch -líder de la formación-
leyó en su lengua materna un muy sentido texto alusivo a lo acontecido pocas
horas antes y a no mucha distancia de donde se iba a celebrar la actuación.
Tras el breve alegato de Murdoch, éste propuso por obligación, que se guardara
un minuto de silencio en homenaje a las víctimas de tan atroz y cobarde acto
terrorista. Toda la platea enmudeció de repente en un respetuoso y sepulcral silencio
solo interrumpido por, para mi mayúscula vergüenza, un amigo mío -curiosamente-
francés, que clamaba por el inicio del bolo. Sé de buena tinta que lo hizo sin
mala intención (la cerveza siempre es torpe en determinados momentos) y con un
arrepentimiento notable poco después de su desafortunada interrupción de tan
solemne, emotivo y merecido momento.
El caso es que B&S estuvieron sublimes engarzando sus
preciosas canciones con un exquisito respeto a los allí congregados, un sonido
prístino, una profesionalidad envidiable y haciéndonos partícipes de una
actuación, por lo menos para el que esto escribe, memorable por las
circunstancias circundantes y por otros muchos motivos. Un concierto único
almibarado por la “agridulzura” de una situación espacio-temporal única y que,
hablo en la hipotética boca de los que allí nos reunimos, no se volverá a
repetir.
Pd. Escribo esto (en primera persona, aquí solemos utilizar el plural mayestático) para manifestar mi absoluta repulsa contra
todo acto de violencia, justificada o no, y sobre todo para hacer valer la
libertad ante cualquier planteamiento o pensamiento totalitarista, extremista y
fanático (en el mal sentido) y mi para mostrar y ofrecer total apoyo y cariño a las víctimas del atentado de ayer en París y otros tantos que se suceden, por desgracia, a diario en otras partes del globo. No nos van a doblegar. Lo intentarán con todas
sus fuerzas y toda su repugnante determinación, pero no van a someter nuestras
enormes ganas de ser (como decimos en Hotel Arizona) extremadamente felices y,
por alusiones, de disfrutar del placer de disfrutar de las más hermosas
melodías. No, me niego en redondo.