El tres de junio de 2008 pasará a la historia de la música popular por ser el día en que el genial Bo Diddley nos dijo definitivamente adiós, del deporte español porque en un acto de clarísima imprudencia el señor Jose Luis Sáez le hizo firmar el finiquito al gran Pepu Hernández y le cesó en su cargo de seleccionador nacional de baloncesto y por último de mis vivencias personales –y no menos importante que las anteriores- porque las 80-90 personas (más de la mitad invitadas) que asistimos a la primera visita de Kelley Stoltz a Madrid disfrutamos de un evento que a buen seguro nuestra materia gris se encargará de archivar convenientemente en el cofre de los acontecimientos especiales.
El de Detroit se presentó en escena acompañado de un guitarrista, un bajista, un baterista, un pianista y un chaval que se hacía cargo del saxo y del vibráfono, todos ellos con indumentarias y edades bien dispares pero con un característica en común, el saber hacer y la compenetración.
Kelley salió a las tablas del Moby Dick Club madrileño despeinado, con aire despistado, algo tímido y martilleando las teclas del órgano, instrumento que abandonó poco depués para colocarse guitarra eléctrica al hombro y desgranar su fabuloso cancionero con la mano izquierda pegada al mástil. Y si hablamos de repertorio el de este treintañero afincado en San Francisco es excelente y en directo lo secuencia de manera primorosa, alternando los números mas contundentes con los más reposados haciendo que la platea este en alerta y disfrute permanente. Esa timidez inicial le duró bien poquito ya que a la cuarta o quinta canción KS se “desmelenó” (juas!) y ya tenía los corazones de los asistentes en el bolsillo con un set list inicial que incluía canciones que no pasaban de los 2 minutos y centrado sobre todo en lo mucho y bueno de sus dos últimos discos publicados por SubPop: “Bellow The Branches” (2006) y “Circular Sounds” (2008) con puntuales acercamientos a sus obras anteriores, en especial a ese monumento a la electricidad que es “Antique Glow” (2003).
Las canciones de Kelley en directo resultan más crudas que en formato disco pero no se ve mermada su capacidad seductora en absoluto. En el ambiente pululaban los aromas al primer David Bowie, al Brian Wilson más eléctrico, a Ray Davies, algo de psicodelia y el indie americano que bebe del aliento y la pegada de The Velvet Underground en un set ecléctico y disfrutable como pocos se pueden ver en la actualidad.
Para cuando improvisó la versión-homenaje a la figura del recientísimamente fallecido Bo Didley al grito de “Hey Bo Diddley!!” ya estábamos todos con la adrenalina hirviendo y las pupilas excitadas al borde de la explosión, por no mentar la sensación que provocó la enorme versión de “Hey, That's No Way To Say Goodbye” (Leonard Cohen) interpretada por él y su guitarra a solas en el escenario antes de que los bises pusieran el colofón a una noche mágica de verdad.
Mil gracias Kelley, de corazón.
Amo a Kelley.
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