Las redes sociales son el zeitgeist al que, como un clavo incandescente, se agarran algunos para difamar, dogmatizar, criticar, presumir, discutir o directamente insultar. Es de Perogrullo que se trata de unas plataformas que reflejan el estado actual de las cosas y la sociedad en la que vivimos, pero no se nos puede olvidar que, realmente, son una imagen precisa de lo que somos cada uno de nosotros. En el segmento de la música —digamos de calidad— es bastante descorazonador (cuando no abiertamente irritante) ver como en dicho entarimado impera el trazo grueso, la chulería, el borreguismo, el mal gusto, la falta de respeto, la intransigencia, la mala educación y la ramplonería. Por eso es de agradecer cuando te encuentras en Facebook o Twitter con sujetos como Germán Salto, un bálsamo entre tanta mala baba y tanta zafiedad. En territorio cibernético él es ejemplar en su moderación, exquisito en las formas, dueño de un talante conciliador, siempre afectuoso y poseedor de gusto musical cultivado. Y de esto último es de lo que me gustaría hablar en este texto (lo anterior era para contextualizar).
Reconozco que le tengo un cariño muy especial —aunque apenas haya charlado un par de veces con él— desde hace ya años cuando me envió por correo postal su disco de estreno como Salto, el formidable Salto (Industrias Bala-2014). Para mí es como ese hermano menor que un día se fue a trabajar al extranjero y al que ves menos de lo que te gustaría, pero del que te sientes más que orgulloso. Siempre ha sido un tipo muy cariñoso conmigo, amabilísimo, respetuoso y dispuesto. Y todos esos atributos los refleja en sus canciones, todas, sí TODAS, ellas primorosas obras de arte. Tanto antes en inglés (y firmando como Salto) como ahora en castellano, Germán demuestra ser un alfarero del pop de esos que desgraciadamente están en peligro de extinción en este país.
Y es que con su nueva entrega con nombre y apellido, el madrileño da una nueva vuelta y media más al tornillo de su propia evolución y nos muestra que su paleta ha actualizado la gama de colores: están los que utilizó en sus entregas anteriores, incluye unos cuantos más más y mezclas los antiguos con los nuevos. La tonalidad que más destaca ahora es (como decía antes) la de la utilización del castellano como lengua vehicular, que, dicho sea de paso, le sienta de cine a unas canciones que también se ven beneficiadas de una gloriosa orquestación, un trazo melódico de filigrana y una versatilidad vocal apabullante. Pero es que Salto siempre se ha sabido rodear de gente de lo más competente y en este caso lo acompañan (en diversas tareas) Íñigo Bregel (Los Estanques), Santi Campos, Gabi Planas y Carolina de Juan y Paco López (Morgan).
No creo que esté sacando los pies del tiesto si catalogo a este Germán Salto como uno de los discos más disfrutables y a la vez apabullantes de entre los publicados en este país en los últimos años. En él nuestro protagonista canta como nunca y lo veo también más sensible, todavía más reposado, manejando materiales melódicos tremendamente nobles y saliendo airoso del envite, más delicado y entregando nueve canciones que harán que tengamos que echar la vista atrás y recordar con positiva nostalgia al "sonido Torrelaguna", a las producciones de Rafael Trabucchelli y los arreglos de Waldo de los Ríos, a Solera, a Nuevos Horizontes, a Rodrigo, Cánovas, Adolfo y Guzmán, a Pete Dello (de este hay mucho en el disco), a Nick Garrie, a Bill Fay o a Billy Nichols. Un álbum que se muestra tímidamente barroco, más arreglado, más británico (si se me permite) que sus entregas anteriores y un refrescante oasis en el infecundo páramo que es la creación musical de calidad de este país. De alguna manera, en German Salto se sustituye a Big Star, Neil Young, The Band, Bob Dylan, Tom Petty, The Beach Boys y Warren Zevon por el citado Dello, por su compañero en Honeybus Colin Hare, por Duncan Browne, por Colin Blunstone, por Fon Klement, por Keith Christmas y por Ian Matthews. Es decir, se refina, más todavía, y nos deja entrever que ese va a ser el hilo que va a utilizar para tejer sus próximas prendas, o igual no.
En poco más de media hora Germán Salto demuestra que está en otro nivel, que mientras hay quien disfruta de una dudosa fama, su talento sigue cardando unas cuantas arrobas de lana de más y que, compositiva y vocalmente, merece una vindicación masiva. Puede que él no esté de acuerdo con esta última afirmación, y que se encuentre cómodo en ese autoimpuesto segundo plano en el que se le ve tan aparentemente feliz, pero al César lo que es el del César, en este caso a Germán lo que de Germán. El mejor portavoz posible para difundir el mensaje de los que todavía creemos que la belleza, la proporción y la sensibilidad son herramientas fundamentales para que el mundo no se convierta en la tornasolada esfera de mediocridad, indiferencia e intolerancia que asoma en lontananza.
Pd. Por cierto, Germán, eternamente agradecido por el epílogo que escribiste para SONIDOS CIRCULARES II. Tesoros melódicos (2000-2020). Un verdadero honor para mí.
Descomunal
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